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Canción

Buenaventura Luna


Buscando vivir sin saña
vine a hallar la soledad
en la nativa heredad
inmensa de la montaña.
Aquí, mejor me acompaña
con un canto de cencerro,
el ladrido de los perros
que me siguen escoteros
cuando voy por los senderos
de los altísimos cerros.

Aquí me sabe mejor
y hasta me tona más bueno,
el patay y el pan moreno
en el rancho de un pastor.
Aquí no arraiga el dolor
ni duran las pesadumbres,
porque hicieron sus costumbres
estas gentes de muy cuanta
viéndolo a Dios en la santa
luz secreta de las cumbres.

Aquí dicen jachallero,
verdad clarita mi trova,
libre me hace la algarroba
libre la miel de huanquero.
Apacible el tonadero
rezongo de una bordona,
dichoso la inocentona
chinita que me embeleca,
cuando alegre baila cueca
con aire de redomona.

La añapa recién colada,
la sándia recién partida,
hacer, en fin, de la vida
una cosa enamorada.
Vivir con cada alborada,
nacer en luz y alegrías
y al pleno mediodía
y asombrarme ante el alarde
del sol que incendia en la tarde
la occidental lejanía.



Tomar la aloja recién
asentada en las tinajas,
cortar el jamón en rajas,
convidar sin ver a quien.
Tener lo poco por buen
alimento de lo humano,
vivir sosegado y sano,
ninguna envidia sufrir
y sobretodo morir
como he nacido: cristiano

Y cuando quede dormido
en la nieve de mis cerros,
que pase con los cencerros
la luz del canto perdido.
Que un rezo grave, dolido,
de siglos recen por mí,
las pobres gentes de aquí,
que el cardón deshoje flores
y un indio medite amores
del Huaco donde nací.

Y alguna vez los puesteros
del Valle, rodeando el fuego,
me nombren en el sosiego
musical de sus aperos.
Que me invoquen los arrieros
tropeando en noche callada,
que alguien alce una tonada,
una copla a mi memoria
y después, que de mi historia
no vuelva a mentarse nada.
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