La Cifra

Autor: Yamandú Rodríguez

El gaucho tranqueó para alcanzar la carreta,
galopó para alcanzar la china,
sólo corrió para alcanzar la Patria.
Entró en pelea en un potro rampante.
Llevaba adelante la media luna,
colmillo de acero junto al coágulo del banderín,
y en la espalda, la guitarra, con la boca abierta,
para que respirase, entre el humo de las cargas,
música de heroísmo.

Cuando tras el combate el gaucho se apeó del caballo
la guitarra temblaba.
El payador la pulsó... y así nació la Cifra,
con su latido apresurado por la premura del combate.
Tras el enrejado de las pulperías
apareció, al galope, la Cifra.

Los payadores que escribieron historia
en versos mal medidos,
hacen correr hazañas y limetas,
y como un "amargo", pasa de boca en boca, la tradición:
china vestida con un chiripá negro
agujereado por las estrellas.

Ahora el payador pulsa la guitarra.
Sus dedos esculpen y crean,
las manos acarician las cuerdas
como si fueran las crines del orejano.
De pronto se afirma en la voz y en los estribos;
ha visto una patrulla enemiga que avanza
y da el primer agudo: el alerta.
En las primas tintinean estribos,
por las notas centrales
rueda la muerte de casco en casco,
se enriedan las bordonas,
con el último escalón, la voz de mando salta de las cuerdas,
trepa por la tacuara haciendo pie en los nudos,
se afila en la medio tijera y a caballo en el viento
como un tero, le hunde al aire
los espolines rojos de sus alas, y avanza.
Así me pinta la Cifra una batalla gaucha.

El entrevero:
un galope, un zumbido de mangangaes,
una nube de polvo que hace toser a los trabucos,
y por entre el claro de las descargas mil devanaderas
de lanzas cosiendo pechos.
En la Cifra, si entornamos los ojos,
vemos pasar los escuadrones;
los de atrás, galopando hasta acercarse;
los recados adheridos al costillar;
los potros mordiendo el anca de los potros
para no quedarse atras.
Aquí y allá restallan, secos, los rebencazos.
Todo tiene palabras y nadie habla;
avanzan sobre los pescuezos de las bestias,
estirados, crines en llamas,
las moharras desjarretan el aire,
lanzas inclinadas como garúa en el viento,
en las espuelas pasto, cerdas, sangre,
y un clarín resoplando adelante,
que es como un cuarteador en bronce
que se llevara a la cincha de una diana,
¡la libertad!

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