Tres amigos

Autor: Tito Urnissa

La historia que vi'a contar
no es una más de las tantas
porque esta jué realidá
y aún me apena recordarla.
¿El protagonista? un hombre,
un tal Rudecindo Andrada,
güen amigo pa'l amigo
porque por él se jugaba,
y era como un documento
cuando daba su palabra.

Ya iban pa'treinta los años
qu'estaba en la mesma estancia
y estaba de aquerenciao
que jamás podría dejarla;
no tenía muchos bienes...
con poco se conformaba
porque al hombre qu'es honrao,
le cuesta juntar la plata
y aunq'era güeno el patrón,
no le gustaba largarla...

Eran su mayor riqueza:
un cabayo moro pampa
y un perro'e raza ovejero
que de cachorro lo criara,
como no tenía familia
-dende gurí le faltaba-
siendo un hombre ya maduro
vinieron a reemplazarla
aqueyos dos animales:
el ovejero y el pampa.

La cosa jué pa'un día'e yerra...
abril la mosca raliaba,
en un rincón del potrero
se rodió la hacienda brava,
y ayí andaban eyos tres,
ladridos, gritos, pechadas
entre piales de volcao
y algún que otro trago'e caña,
pues pa'eyos era una fiesta
aunque mucho trabajaban.

Como a eso de las diez,
montao en su moro pampa,
Andrada empezó a enlazar
pa'qu'el otro descansara,
y el perro ovejero echao
como a una cuadra'e distancia
oservaba sus amigos
atento por si hacía falta,
mientra un toro enojao,
mostrando machazas guampas,
s'echaba tierra n'el lomo
como pa'calmar su rabia.
Todo sucedió en segundos,
como todas las disgracias...
de mientras el Rudecindo
le hacía al lazo l'armada,
el toro encaró el jogón
entre gritos y cuerpiadas,
y la hija del patrón
que andaba invitando caña,
asustada, dando gritos,
campo ajuera disparaba.

Todos quedaron clavaos,
ninguno atinó hacer nada,
solo el sonar de un lazazo
y el tropel de cuatro patas
queriendo parar la muerte
que como el viento viajaba
en las aspas de aquél toro
que a la niña se acercaban,
y cuando ya parecían
que se hundían en su espalda,
se hundieron, pero en el pecho
de un cabayo: el moro pampa.

El golpe jué tan violento
que casi lo apretó'Andrada,
y cuando se jué a parar,
trastornao por la rodada,
dos cuernos rojos de sangre
se hundieron en carne humana,
el perro, como una fiera,
puso al toro en disparada
pero ya a sus dos amigos
la muerte se los yevaba...

El primero en reaccionar
en forma desesperada
jué el patrón que a la carrera
jué al lugar de la topada,
y lo que vieron sus ojos
lo dejaron sin palabras...
su gurisa, sana y salva,
yoraba aterrorizada,
un cabayo casi muerto
en un charco'e sangre estaba
y a dos o tres metros d'el,
su peón Rudecindo Andrada...
con enorme flores rojas
sobre su camisa blanca,
sin exhalar ni un quejido,
muy tranquila su mirada,
resignao ante la muerte
qu'el destino le marcara,
apenas movió sus labios
pa'decir con voz cortada:
"... entiérrenmen acá mesmo..."
y se apagó su mirada.

El patrón cerró sus ojos
como pa'parar las lágrimas
que surcaron muchos rostros
curtidos por sol y heladas;
el perro, al lao'e su dueño,
miraba todas las caras
mientras movía su cola
sin entender qué pasaba...

En el rincón de un potrero
quedó una cruz alambrada,
donde descansa aquel hombre,
cerca de su moro pampa;
el perro anduvo trotando
varios días por la estancia,
y al no encontrar a su dueño,
sin entender qué pasaba,
se murió de hambre y de sé
junto a una cruz alambrada.

 

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