LA CRUZ DE CADA UNO

Este era un hombrecito que iba por un camino y se encontró con Nuestro Señor. Se quejaba el hombrecito de su suerte. La cruz que todos llevamos, dijo que le pesaba mucho a él. Nuestro Señor le dijo entonces:

- Ven conmigo, ya verás cuál es la que te corresponde.

Y siguieron andando hasta que llegaron a un lugar desde el que se divisaba un campo verde, llenito de flores y con pájaros hermosos. Nuestro Señor se paró a caminar y le dijo:

- Mira por ese lado, ¿ves esas cruces?

- Atrévete y toma la que más te agrade.

El hombrecito se acercó al lugar de las cruces y comenzó a forcejear con una; era la más hermosa: de oro y brillantes y perlas. Tenía un letrero que decía ser la de un Papa. Forcejeó y forcejeó y no pudo ni moverla. Más allá vio otra, linda también: era de oro y esmeraldas. Esta tenía un letrero que decía ser de un emperador. Esta ya se movía algo, pero imposible cargarla del peso que tenía. Se dirigió más adelante y se encontró con otra muy linda también, que era de un rey; así decía el letrero. Se la puso al hombro y casi se cae del peso. Así siguió el hombrecito midiéndose cruces hasta que, al fin, encontró una chiquitita y labradita que la pudo cargar lo más bien y acercándose hasta Nuestro Señor que lo esperaba sentando bajo un árbol, le dijo:

- Esta, Señor, me anda a las mil maravillas.

- Fíjate bien - le respondió el Señor -. Fíjate bien.

Y el hombrecito la miraba y la remiraba.

- Bueno, - dijo Nuestro Señor al cabo - esa es la que llevabas en el mundo. Cada uno tiene su cruz, velay, y esa es la tuya.

 

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EL HOMBRE Y LA MUERTE

Este era un curandero criollo, tan astuto y ladino, que llegó a dominar a la misma Muerte. De todas partes lo llamaban y a todos curaba, claro que haciéndose pagar muy bien sus servicios.

Un día, yendo a visitar un enfermo que estaba en las últimas, se dio de manos a boca con la Muerte, la que se iba acercando al rancho del enfermo. Entraron en conversación y como al curandero le gustaba mucho el juego y a la Muerte parece que también, se desafiaron. Jugaron a la taba y ganó el curandero. Entonces la Muerte tuvo que cumplir el pago, que era el de poder salvar el curandero a los moribundos, siempre que ella no apareciera a la cabecera de la cama. Si aparecía, era que el caso no tenía remedio.

El curandero se iba haciendo muy, pero muy rico. Con su astucia la burlaba a la Muerte y sanaba a todos los enfermos. Cuando aparecía la Muerte a la cabecera, le cambiaba al enfermo, haciéndole la cabecera a los pies de la cama. Así siguió curando y salvando hasta que, una vez, se encontró de nuevo con la Muerte. Esta dicen que lo llevó a un lugar donde ardían muchas velas, de toditos los tamaños. Era la cueva de la vida. Encantado quedó el curandero con tantas velas, a cual más linda y luminosa. Cerquita de él había dos: una que era la más linda de todas, muy grande; y otra, tan chica que era un pucho de vela. La Muerte le dijo entonces:

- ¿Cuál es la de tu gusto, viejo ladino, que me ganaste la apuesta de la taba?

- Pero cual ha de ser sino la más grande, la que tiene más cera, la que da más luz, la más llena de vida...

Se oyó una carcajada que hizo tambalear todas las luces. Y dijo la Muerte:

- Ese puchito es la vela de tu vida. ¡Ja, ja, ja!

Y dicen que a los pocos días se murió el curandero

 

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DOCTOR, NO ME COMPROMETA

En todo el litoral argentino es conocido el caso del lobizón, generalmente un perro de gran tamaño que aparece a latas horas de la noche asaltando e hiriendo a los viandantes; y es la transformación que sufre fatalmente el séptimo hijo varón, sin que valgan excepciones.

A propósito de esta superstición se cuenta que llegó un día a cierto pueblo de Entre Ríos un médico de la Capital Federal con intenciones de instalarse allí y ejercer la profesión. A poco de llegar, en rueda de vecinos qeu habían acudido a saludarlo, llegó a decir que él era el séptimo de lo hermanos. Disimularon los presentes la desagradable nueva y, al día siguiente, cundía la noticia por el pueblo y la alarma en muchos de sus moradores.

El hecho es que no acudían los pacientes al consultorio y ya algunos vecinos afirmaban haber visto a altas horas de la noche al lobizón. Enterado el comisario del pueblo y temeroso de que las cosas pasaran a mayores, resolvió establecer una parada policial nocturna en la misma puerta de la calle donde moraba le médico. Así demostraría a los vecinos qeu no tenían que temer.

Pero el caso es que en la primera noche, a eso de las doce, el vigilante notó con sorpresa que se venía acercando un enorme perro negro. Y haciéndose de coraje dicen que, sacando su revólver y apuntándole al perro, decía: - Doctor, por favor, váyase... no me comprometa...

 

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ECHADITO NOMAS ESTABA

En sus pesquisas folklóricas, el maestro Carrizo llegó un día a cierto lugar apartado de los Valles. En el ranchito donde se hospedaba tenían un muchacho que era quien lo acompañaba en sus andanzas por los puestos vecinos. Con tanto subir y bajar las cuestas el maestro perdió su reloj y de ello se lamentaba encomendándose al bendito San Antonio, cuando vio llegar al galope, al muchacho, que había quedado muy atrás y con el reloj en la mano. El maestro arrebatándoselo, lo lleva al oído (era a cuerda, el reloj) y al comprobar que estaba intacto, lo interroga:

- ¿Y andaba cuando lo encontraste?

A lo que el changuito responde:

- No, señor, no andaba, echadito no más estaba.

 

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EL ALGARROBO Y EL COYUYO

El algarrobo es el árbol de La Rioja. El algarrobo es el árbol de la leyenda, el árbol que canta. Canta el coyuyo y madura la algarroba. Así dice otra leyenda: el coyuyo hace madurar la algarroba. Nace este animalito de consistencia frágil, de alitas como de vidrio, de patitas de serrucho, por noviembre, y muere en enero, cumplida su misión, con lsa últimas vainas del árbol cantor. Y quedan la alhoja, la añapa, el patay y los amasaos, para el deleite del paladar y alimento y refresco de los humildes, para quien Dios ha hecho el prodigio del árbol que canta: al algarrobo.

 

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LA CRUZ MILAGROSA DE CORRIENTES

Cuando los españoles resolvieron crear la ciudad en el lugar que hoy ocupa Corrientes, para señalar su sitio levantaron, a la puerta de una especie de fortín, una cruz de cinco varas de altura. Las numerosas tribus indígenas que poblaban las cercanías descubrieron el intento de los blancos, determinando unirse para vencerlos. Anta la resistencia que encontraron, supusieron que era la cruz el payé protector de aquéllos y pusieron todo su empeño en destruirla. Repetidas veces acumularon haces de leña prendiéndole fuego, pero la leña se consumía y la cruz de madera de urunday, incombustible, permanecía siempre arrogante e intacta. Una noche, en medio de la mayor hoguera de todas las preparadas, un fuerte temporal azotó la región, matando a varios indios y haciendo que los restantes huyeran despavoridos. Aquello dio por resultado la sumisión de la mayor parte de los indios y el fortalecimiento de la fe de los españoles. En 1770 fue instituida una fiesta anual consagrada a la Cruz del Milagro, que todavía se celebra.

Tal es la bella tradición de Corrientes - la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes - y tal el origen de su escudo: una cruz sobre siete puntas de roca y una hoguera a su pie.

 

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CURIOSA ACTA DE DEFUNCION

" El infrascripto Eusebio Rodríguez, alcalde, certifico que a Don Manuel Chico que muerto lo tengo de cuerpo presente, tapao con un poncho pampa, al parecer reyuno (animal que pertenecía al estado), lo sorprendió la muerte al salir de un baile de Don Rufino Catalán, de la quebrada de Doña Pepa, lugar muy conocido y de pública voz y fama en el pago.

" Interrogado el cadáver por tercera vez y no habiendo el infrascripto obtenido respuesta categórica ninguna, resuelve darle sepultura en el campo de los desaparecidos conforme cuadra su circunstancia física de que certifico.

"NOTA: Hago constar que el finao era amante de la bebida y muy dado a galanterías por cuya circunstancia tenía una cicatriz de quemadura en la quijada izquierda, producida por un cucharón de grasa caliente que le arrojó al rostro de la cara la hija de la parda Nicolasa, no se sabe por qué zafaduría. VALE."

(Es copia fiel del original que obra en poder de la Intendencia de San Justo, Lib. 2, fol. 98, año 1860)

 

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