Despenadores

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En las zonas rurales, la cura de las personas, antiguamente, siempre estuvo en manos de curanderas, brujas y muy providencialmente recaía en algún galeno que por ventura llegaba a los lejanos parajes.

El caso es similar al que sucede en los cerros de nuestro Noroeste; los puestos se encuentran a varias horas de los centros poblados (llamamos en este caso "centros poblados", a cascos semi urbanos de unos centenares de personas). Cuando algún paisano se desbarranca con su caballo, o es mordido por algún animal (leones, perros, víboras), o se envenena con algún hongo, las posibilidades de sobrevida son muy escazas.

Al decir de Rafael Cano en su impecable trabajo Del tiempo de ñaupa, "mientras la enfermedad era curable, el paciente vivía en el paraíso artificial de los mimos y cariños. Pero en cuanto entraba en el período agónico, la escena se tornaba cruel", agregando "en efecto, prejuicios arraigados en el alma popular, o falsos conceptos de apreciación personal, movían los hilos invisibles del afecto, a tal punto, que matronas altruístas acostumbradas a la adversidad, no tenían corazón para acompañar en el último trance, al padre o hermano".

En ese momento, en el que el enfermo no tenía ninguna oportunidad de sobrevivir, algunos poblados contaban con su "despenador", cuyo oficio era el de "quitar las penas" al infortunado.

Tuvimos la oportunidad de conocer en Cachi, allá por la década del 80, a un nonagenario que supo ganarse la vida despenando.

Sus manos eran de un tamaño bastante impresionante, y recordaba con cierta nostalgia que aprendió el oficio de un viejo despenador que lo había tomado como criado, "allá por el 20".

Su método era el de poner la rodilla en la espada del deshauciado y jalando violentamente los brazos hacia atras, partia la columna del enfermo, quitándole la vida instantáneamente.

Otro sistema era el de oprimir con los dedos pulgares las cervicales, cortando la médula y de esa forma acabar con el "innecesario sufrimiento" del cliente postrado.

El mismo Rafael Cano, en la sección "Ña Micaila, la despenadora", nos cuenta que la despenadora de su relato una "bruja famosa, era una mujer como de 50 años, ética, de tez broncínea, que usaba siempre vestido y manta negra, por entre cuyos pliegues asomaba su zimba trenzada". Esta particular señora era recibida y cumplimentada ceremoniosamente porque se tenía la certeza de que su misión era noble y humanitaria; continúa Cano: "Recién en la segunda visita, Ña Micaila recibía la tragica orden, musitada al oído para que no interiorizaran los chicos y eludir la acción policial. El método para despenar una persona, consistía en un procedimiento sencillo y rápido, requiriendo únicamente en el operador, mano firme y corazón sereno.

Ña Micaila llegaba al lecho del moribundo y después de apoyar la rodilla sobre el esternón, le pasaba suavemente los brazos por el cuello.

Al sentirse atraído dulcemente, aquel cuitado pensaba en la caricia postrera y generosa de la hermana, esposa o madre.

Ña Micaila aprovechaba ese instante psicológico para romperle el esternón con un movimiento artístico.

La escena duraba pocos segunso y finalizaba con el ruido de huesos rotos. En el apresuramiento de la muerte, el alma de aquel infeliz posiblemente iba al cielo ".

Sin duda estos métodos de eutanasia criolla, poco a poco fueron desapareciendo, por una simple cuestión de urbanidad.

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