Hubo pago en el obraje - Luis Landriscina
Autor: Luis Landriscina
recitado por Luis Landriscina
Corre el año treinta y nueve
en un obraje del Chaco,
Enero lo aviva al sol
como apurando un churrasco,
y allí en el medio del monte,
entre crujidos y hachazos,
la gente distingue un ruido
que no es común en el pago;
es el ruido de un motor
que está llegando a los saltos,
porque viene en la picada
queriendo domar las huellas
que le dejaron los carros.
El hachero que escuchó
dejó amagado un hachazo,
y gritando de alegría
se fue corriendo a los saltos,
porque ese ruido no es otro
que el ruido claro del auto
en el que llega el patrón
con la plata del salario.
Por eso corren contentos,
por eso van a esperarlo;
todos quieren ser primeros
en saber la hora del pago,
pa'dirse a lavar al rancho,
mientras tejen ilusiones
o hacen planes pa'gastarlo.
-Yo voy a comprar ropa nueva.
-Yo provista para rato.
-Yo viá ver si llego al pueblo
porque no fui en todo el año.
Y otros, entre truco y vino
seguro han de liquidarlo.
Y así, entre la algarabía
de prepararse pa' el pago,
la gente olvida que un Dios
les dio a todos un destino
que es un camino marcado,
y que si alguno lo deja
se ensume hasta las orejas
en el charco del diablo.
Pero en eso nadie piensa,
y ya en el medio e'la siesta
las guainas barren el patio,
le acomodan los asientos,
y cuelgan unos faroles
pa'que sirva pa'la fiesta.
-¡Ya abrió la administración!
-gritó un hachero a la gente,
y asomó un señor de lentes
que le llaman "contador";
se escuda en un mostrador
que encaja contra una puerta,
y allí pide las libretas
pa' hacer la liquidación.
-A ver, Ramiro González.
-¡Presente! -gritó un paisano,
que refregando sus manos
se acerca hasta el mostrador.
-Esto es lo que te sobró,
son treinta y tres con noventa;
poné el dedo en el recibo,
aquí tenés tu libreta,
y sí es que querés chupar
pagá la caña al contado,
porque ya saben ustedes
que para el chupi no hay cuenta.
-¡Ajá! -le dijo González.
-Traiga nomás esa caña,
ya que es plata lo que suebra.-
Y se fue a esperar el baile
prendido de la botella.
Y así sigueron pasando
los hacheros en cadena;
cada hachero un eslabón,
cada eslabón una pena,
penas que pronto olvidaron
con esa caña que quema,
porque todos se llevaron
para el baile su botella.
Hasta que llegó la noche
en aquel rancho de fiesta;
fiesta pobre del hachero,
que no sabe ni una letra,
y que montado en sus sueños
quiere escapar rienda suelta
por el camino del vino
hacia una vida más buena.
Pero el vino es traicionero
y lo aparta de esa huella;
él lo empuja desde adentro
para que vuelva a la fiesta,
y lo invita que demuestre
que es más hombre que cualquiera,
porque el vino manda fácil
cuando el hombre es sin escuela.
Y así comienza la cosa,
tal vez por una zoncera.
Empieza la discusión,
los ánimos se caldean,
y después de un empujón
ya está lista de pelea.
Benítez quiso sacar
a la novia de Cabrera,
y el novio en cuanto lo vio
copó la banca en la fiesta.
-No chupe si es que no aguanta,
y conmigo no se meta;
no sea que lo planche
de un cachetazo en la jeta.
Y ese fue todo el motivo
que originó la tragedia.
Benítez sacó el cuchillo,
también lo sacó Cabrera.
Y al pobre viejo don Castro,
cuando vino a separar,
Benítez le erró un puntazo
que de darle lo bandea;
los cuchillos se encontraron,
se gatearon como fieras,
Benítez perdió dos pasos
que fue ganando Cabrera,
se hicieron unos amagues
como estudiando flaquezas,
Benítez tanteó el destino
dejando la guardia abierta
y el otro que no era manco
lo convirtió en osamenta.
Y allí empezaron los gritos,
lamentaciones y quejas.
El patrón vino corriendo;
se agarraba la cabeza,
y le echó mil maldiciones
a los que hicieron la fiesta.
El muerto era buen hachero,
y perderlo era una pena.
El contador de los lentes
que llegaba en camiseta,
mirando dijo en voz alta
sin reparo pa' que lo oyeran:
-Cuando nó, estos negros tapes
no van a andar en pelea;
tienen plata y ya se chupan,
más vale que ni nacieran.
-No, mi amigo, no se pase
que también es culpa nuestra
-dijo el patrón en un tono
como a callarlo sin seña.
-Nosotros trajimos plata
y vendimos este vino,
que fue el que tomó Benítez
y hecho sangre ahora chorrea.
Aunque de todas las culpas
la mayor es la ignorancia
de esta gente sin escuela,
que se divierte a su modo,
ya que chupar es su fiesta;
no se divierten mejor
porque nadie les enseña,
lo mismo que el trabajar
y ese vivir como bestias,
o el de no saber firmar
por no conocer las letras;
fue por que nadie les dijo
que en el pueblo hay una escuela,
donde hay un director
y tal vez una maestra,
que ya hubieran evitado
hace rato esa pelea,
con esos dones de padres
que brotan de su paciencia.
Pero ya no pudo hablar;
se hizo el duro a su manera
y se corrió pa'lo oscuro
disimulando su pena.
Y en el medio de aquel patio,
como una muestra inservible
de otro tipo de coraje,
se fue apagando Benítez,
tendido en un viejo catre.
La noche se hizo profunda,
quedó en silencio el obraje;
un hacha quedó sin dueño,
un hijo quedó sin padre,
y un cuzco pensó pa' adentro:
"estaré solo en el rancho,
ya no hará falta que ladre".
Allí quedaba ese hachero,
personaje de una historia
escrita en su propia sangre,
para carne de los chismes
de las viejas del paraje
o pa' que al llegar al pueblo
en un cajón sin lustrarse
la gente diga tristona:
"Hubo pago en el obraje".
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