Darwin y la doma

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"Una tarde llegó un domador con ánimo de ejercer su oficio en algunos potros. Describiré las diligencias preparatorias de la operación porque creo que no han sido mencionadas por otros viajeros. Meten en el corral, que es un amplio cercado de estacas, una manada de potros sin domar, y cierran la entrada. Supondremos que un hombre solo ha de coger y montar un caballo enteramente extraño a silla y freno. A mi modo de ver sólo un gaucho es capaz de realizar esta hazaña. El gaucho elige su potro ya perfectamente crecido y mientras el animal corre furioso alrededor de la cerca, le arroja el lazo de modo que enganche las dos patas delanteras. Al punto, el caballo rueda por tierra, dando una fuerte caída y, en tanto que pugna por levantarse, el gaucho, manteniendo prieto el lazo forma con el resto de la correa un círculo para enganchar una de las patas traseras, precisamente por debajo del menudillo o cerneja, y tira hasta unir esta pata con las dos delanteras, y sujeta perfectamente las tres. Luego, sentándose en el cuello del caballo, fija una brida fuerte sin bocado a la mandíbula inferior, lo que ejecuta pasando una correa estrecha por los ojales del extremo de las riendas y dando varias vueltas alrededor de la mandíbula y de la lengua. Las dos patas delanteras se traban ahora, bien juntas con una correa fuerte, en la que se hace un nudo corredizo. Aflojado el lazo que sujetaba las tres patas, el caballo se levanta con dificultad. El gaucho, empuñada fuertemente la brida atada a la mandíbula inferior, saca el caballo del corral. Si hay otro hombre que ayude (pues de otro modo la operación cuesta más trabajo), tiene sujeto al animal por la cabeza mientras el primero le pone los aparejos y la silla, cinchándolos juntos. Durante esta operación, el caballo, con el terror y espanto de verse así atado por medio del cuerpo, se echa a tierra y da incesantes revolcones, sin querer levantarse hasta que se lo obliga a palos. Al fin, cuando está ensillado, el pobre animal apenas puede respirar de espanto, y está blanco de espuma y sudor. El hombre se dispone ahora a montar oprimiendo pesadamente el estribo, de modo que el caballo no pierde el equilibrio, y en el momento de echar la pierna sobre el lomo del animal tira del nudo corredizo que sujeta las patas delanteras, y el caballo queda libre. Algunos domadores quitan esa traba estando el animal derribado, y, poniéndose sobre la silla, le permiten levantarse debajo de ellos. El caballo, loco del terror, da algunos saltos violentísimos, y luego parte a todo galope; cuando se ha fatigado hasta agotar sus fuerzas, el hombre, con paciencia, lo trae de nuevo al corral, donde se lo suelta envuelto en un vaho de cálido sudor y medio muerto. Cuando los potros no quieren galopar y se obstinan en echarse en tierra, la doma es mucho más penosa. El procedimiento descrito es terriblemente duro, pero a las dos o tres pruebas el caballo queda domado. Sin embargo, hasta después de algunas semanas no se le monta con bocado de hierro y barboquejo sólido, porque tiene que aprender a asociar la voluntad del jinete con la sensación de la rienda antes de que el más poderoso freno pueda serle de algún servicio."

Texto de Charles Darwin, 1833, en "El caballo criollo en la historia argentina. Siglos XVI a XIX", por Gabriel C. Taboada, Planeta, Buenos Aires.

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