Nuestro vistoso, emotivo y compasado Pericón, tan caro al sentir de argentinos y uruguayos, tan lleno de celeste y blanco y de patria, fue en sus comienzos una variante del Cielito, al igual que la Media Caña, su hermana.
Según algunos autores, posiblemente una de las variantes del Cielito, de muchas parejas, se bailó con ayuda de un bastonero, cuya función fue la de dirigir la danza y dar las voces de mando para que todas aquellas sincronizaran sus movimiento o los ejecutaran a un tiempo; a esta persona se le llamó "pericón", de donde la variante de la danza se denominó "cielo apericonado". Con el correr de los años esta forma de bailar el Cielito fue cobrando más importancia, y logró al fin diferenciarse netamente de aquél y constituir una danza independiente tomando entonces el nombre de Pericón - según parece - a causa de llamarse así al bastonero que era de rigor en la dirección.
Ya en 1817 se nos presenta como danza independiente, pues San Martín lo llevó a Chile al cruzar los Andes con su expedición libertadora, junto con el Cielito, la Sajuriana y el Cuando. En dicho país adquirió gran difusión.
En esa época, a veces aparecen vinculados entre sí los nombres de las dos danzas derivadas del Cielito, en la expresión "Pericon de media caña"; se cree que ésta designó una forma especial o variante de Pericón que, con el tiempo, desarrolló vida propia y se hizo independiente, adquiriendo el rótulo de Media Caña.
Se bailó desde los primeros años de nuestra independencia, tanto en la campaña como en los salones de las regiones pampeana, litoral y central; en algunas provincias, como en la de Buenos Aires, su boga duró hasta 1880. En aquellas épocas no tenía la riqueza de figuras que hoy le conocemos; V.R. Lynch dice que el que bailaban los gauchos de Buenos Aires sólo constaba de estas cuatro, aparte del vals, demanda o espejo, postrera, cadena y cielo.